NUESTRA VISIÓN

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miércoles, 10 de septiembre de 2008

EL PEOR DE TODOS LOS FRACASOS


Alexander Solzhenitsyn dijo que aprendió a orar en un campo de concentración siberiano porque ya no le quedaba otra esperanza. Antes de su arresto, cuando las cosas iban bien, apenas si pensaba alguna vez en Dios.
De manera similar, los israelitas aprendieron el hábito de depender de Dios en el desierto de Sinaí donde no tenían otra opción; necesitaban de Su intervención diaria para algo tan básico como comer y beber. Pero, cuando finalmente estuvieron sobre los márgenes del río Jordán, quedaron a la espera de una prueba de fe aún más difícil. Cuando entrasen en la tierra de la abundancia, ¿se olvidarían pronto de Dios?
Poco sabían los israelitas acerca de las tentaciones de las demás culturas, ya que habían pasado sus vidas en el desierto. Moisés estaba más temeroso de la prosperidad venidera que de los rigores del desierto -la cautivante sensualidad, las religiones exóticas, la fastuosa riqueza. Pudiera ser que los israelitas dejaran a Dios atrás y se atribuyesen el crédito de su éxito (Deuteronomio 8:11,17).
Irónicamente, el éxito dificulta la dependencia en el Señor. Los israelitas demostraron ser menos fieles después de entrar en la Tierra Prometida. Una y otra vez volvieron sus corazones hacia otros dioses.
Cuídate de la tentación que trae el éxito. Hay un grave peligro en obtener lo que queremos y olvidarnos de Dios.

No hay fracaso más desastroso que el éxito que deja a Dios a un lado.

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